Pasar Lista (III)

•May 29, 2014 • Deja un comentario

 

Alguien voló sobre el nido del cuco, Ken Kesey

La enciclopedia de los muertos, Danilo Kis

El cero y el infinito, Arthur Koestler

El pájaro pintado, Jerzy Kosinski

Melancolía de la resistencia, László Krasznahorkai

Alondra, Dezso Kosztolányi

El gran cuaderno, Agota Kristof

La otra parte, Alfred Kubin

El verdugo/El enano, Pär Lagerkvist

El concierto, Hartmut Lange

Los Cantos de Maldoror, Lautréamont

Solaris, Stanislaw Lem

Historia de un granuja, Eduard Limónov

Si esto es un hombre, Primo Levi

Martin Eden/El vagabundo de las estrellas, Jack London

Cuentos de un bebedor de éter, Jean Lorrain

Bajo el volcán, Malcolm Lowry

El terror, Arthur Machen

La balada del café triste, Carson McCullers

La condición humana, André Malraux

Profesor Unrat (El ángel azul), Heinrich Mann

La montaña mágica, Thomas Mann

Tiempo de silencio, Luis Martín-Santos

Cuentos, Guy de Maupassant

Las tumbas, Enrique Medina

Bartleby, el escribiente, Herman Melville

El Golem, Gustav Meyrink

En otros lugares, Henri Michaux

El buque fantasma, Richard Middleton

Trópico de cáncer/La sonrisa al pie de la escala, Henry Miller

El lanzador de cuchillos, Steven Milhauser

Música, Yukio Mishima

El caos y la noche, Henry de Montherlant

Ángeles en mis cojones, José Luis Moreno Ruiz

El último deseo del jíbaro, Vicente Muñoz Puelles

Escenas de la vida bohemia, Henri Murger

Lolita, Vladimir Nabokov

Aurelia, Gérard de Nerval

Sonríe o muere: La trampa del pensamiento positivo, Barbara Ehrenreich

Del boxeo, Joyce Carol Oates

Poesía última de amor y enfermedad, Lois Pereiro

Antipoemas, Nicanor Parra

Los libertadores del amor, Alexandrian

El dios salvaje, Al Álvarez

Eichmann en Jerusalén, Hanna Arendt

 

(Continuará…)

 

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Pasar Lista (II)

•abril 6, 2014 • Deja un comentario

Pues no está siendo tan terrible esto de desmenuzar una biblioteca. Como en un ceremonial periódico, llega la segunda lista de convocados al sacrificio ritual libresco. Pueden abrir sus cubiertas, exponer sus páginas al vacío y otorgar un nombre a un espacio del silencio. Además, se les añadirán algunos cuentos sueltos que mi memoria recuerda con especial intensidad.

 

«Donde suben y bajan las mareas» (mi favorito), Lord Dunsany

«Juan Darién», Horacio Quiroga

«Bienvenido, Bob», Juan Carlos Onetti

«La tortura por la esperanza», August Villiers de L’Isle-Adam

«El ahogado más hermoso del mundo», Gabriel García Márquez

 

 

(II)

 

En carne viva, Billy Childish

Primavera sombría, Unica Zürn

Los niños terribles, Jean Cocteau

Rey Muerte, Nick Cohn

El corazón de las tinieblas, Joseph Conrad

Rayuela, Julio Cortázar

Mendigos y orgullosos, Albert Cossery

El hombre que fue Jueves, G. K. Chesterton

La muerte y su traje, Santiago Davobe

Nuestra necesidad de consuelo es insaciable, Stig Dagerman

El ladrón, Georges Darien

La montaña análoga, René Daumal

Ya no humano, Osamu Dazai

Tiempos difíciles, Charles Dickens

El fuego fatuo, Pierre Drie La Rochelle

Carcasona y otros cuentos, Lord Dunsany

El mal de la muerte, Marguerite Duras

Momo, Michael Ende

Las vírgenes suicidas, Jeffrey Eugenides

La mandrágora, Hanns Heinz Ewers

Pregúntale al polvo, John Fante

El circo del doctor Lao, Charles G. Finney

El derrumbe, Francis Scott Fitzgerald

Bouvard y Pecuchet, Gustave Flaubert

Gloria a los ilustres pioneros, Romain Gary

Diario de un ladrón, Jean Genet

Las afinidades electivas, J. W. Goethe

Almas muertas, Nikolái Gogol

Poemas, Gloria Fuertes

Los muertos y las muertas, Ramón Gómez de la Serna

Los ex-hombres, Máximo Gorki

El tambor de hojalata, Günter Grass

El callejón de las almas perdidas, William Lindsay Gresham

El escrutador de almas, Georg Groddeck

Hambre, Knut Hamsun

El miedo del portero al penalty, Peter Handke

Todos se desentendieron, Marek Hlasko

Una soledad demasiado ruidosa, Bohumil Hrabal

Al revés, Joris-Karl Huysmans

La oscuridad, Philippe Jaccottet

Gestas y opiniones del doctor Faustroll, patafísico, Alfred Jarry

Sobre los acantilados de mármol, Ernst Jünger

El proceso, Franz Kafka

La casa de las bellas durmientes, Yasunari Kawabata

El feliz cumpleaños de la muerte, Gregory Corso

Baladas del dulce Jim, Ana María Moix

 

(Continuará…)

 

Pasar Lista (I)

•marzo 11, 2014 • Deja un comentario

Cuando Layla Martínez me animó a compartir mi lista de libros favoritos, seguramente no sabía que me estaba haciendo sufrir. ¿Cómo iba a saber ella del Horror Esencial de la selección y la criba que me acomete a diario? A fin de cuentas, ¿por qué me iba a desangrar anímicamente por hacer una lista de escogidos que relegaba a la mayor parte de mi biblioteca al frío y la soledad del rechazo? ¡Como si hubiera que fusilar a uno de cada diez, o salvar a unos pocos de un naufragio! En realidad, simplemente ocurre que me cuesta escoger y no termino nunca de elaborar esas lista en las que me parece siempre que faltan los libros más adecuados. Paradójicamente, me encanta leer esas listas cuando son otros los que las hacen… Para solventar esa incongruencia he hecho un esfuerzo sobrehumano,  en el que quizá se perciba el uso entregado a mi viejo y querido orden alfabético (que ofrece unas sorpresas de compañías librescas notables, al juntar a seres eminentemente dispares). Como se comprobará al primer vistazo, no he logrado seguir la consigna de Layla de cifrar tan sólo ochenta libros y ni siquiera la de no repetir autor, como puede verse de tanto en tanto. Pero bueno, he preferido dejarlo así y que cada cierto tiempo caigan porciones de esta lista monstruosa, tortuosa y minuciosa para quien le pueda interesar curiosear en uno más de los infinitos acercamientos a los libros de una vida.

Viaje al fin de la noche, Louis-Ferdinand Céline

Memorias del subsuelo, Fedor Dostoievski

Moscú-Petushkí, Viktor Eroféiev

La caída, Albert Camus

El Rey se muere, Eugène Ionesco

Hielo, Anna Kavan

Kybalion

Fahrenheit 451, Ray Bradbury

Los siete locos / Los lanzallamas (los dos), Roberto Arlt

Agencia General del Suicidio, Jacques Rigaut

El hombre fulminado, Blaise Cendrars

Los espectros / Las tinieblas (los dos), Leónidas Andreiev

Las once mil vergas, Guillaume Apollinaire

La piedra de la locura, Fernando Arrabal

El pesanervios, Antonin Artaud

Domme o el ensayo de Ocupación, François Augiéras

El país de las últimas cosas, Paul Auster

Los terroristas, Ramón Ayerra

Historia de un idiota contada por él mismo, Félix de Azúa

Caballería roja, Isaak Bábel

Juan Salvador Gaviota, Richard Bach

Crash, Jim Ballard

El infierno, Henri Barbusse

Aurora roja, Pío Baroja

Peter Pan, James Barrie

Madame Edwarda / El muerto (los dos), Georges Bataille

Esperando a Godot, Samuel Beckett

El malogrado, Thomas Bernhard

El gran cuaderno, Agota Kristof

Ese maldito yo, Emil M. Cioran

Poemas, Emily Dickinson

Acontecimientos de la irrealidad cotidiana, Max Blecher

La literatura nazi en América, Roberto Bolaño

Opiniones de un payaso, Heinrich Böll

Cuentos inmorales, Petrus Borel

El Aleph / El libro de arena (los dos), Jorge Luis Borges

Nuestro hogar es Auschwitz, Tadeusz Borowski

Cumbres borrascosas, Emily Brontë

La senda del perdedor, Charles Bukowski

El Maestro y Margarita, Mijaíl Bulgákov

El desierto de los tártaros, Dino Buzzati

Yonqui, William Burroughs

El don de Vorace, Félix Francisco Casanova

88 sueños, Juan Eduardo Cirlot

(Continuará…)

NPG 6467; Samuel Beckett by Tom Phillips

Baúl especial: Leopoldo Mª Panero, en la revista «Vacío», nº 5 (1996)

•marzo 6, 2014 • 2 comentarios

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Regalos que no lo parecen porque no sabemos ver

•marzo 17, 2013 • Deja un comentario

 

16624_576801122337127_385241908_n  En el programa de radio leí el cuento brevísimo de Medardo Fraile «Historia con una miss», en el que el autor se disgusta porque la chica que le entrevista borra unas toses de él en medio de las respuestas que da, aduciendo que estropean la entrevista. Medardo piensa que eso es absurdo y que su tos es lo más humano y más suyo que puede haber en toda esa sucesión de palabras y convenciones que conforman la entrevista… ¡Él quiere su tos! Aquello me hizo recordar un relato que leí no hace mucho pero del que he olvidado trágicamente el autor/a, ya que me maravilló y me apena no encontrarlo. En él un hombre cuenta cómo, de un modo similar, reprendía a su mujer porque reía, hacía ruidos o le interrumpía mientras él grababa, creo, unas composiciones de música o bien unos textos que se dictaba a sí mismo. Con el tiempo la mujer muere, y él se queda pensando tristemente en esas cintas grabadas con una calidad perfecta en la que no quedó ya rastro de esas irrupciones de ella… y se lleva las manos a la cabeza. Qué no daría él ahora por oír, en lo más amargo de su soledad, los pequeños gritos de alegría, las risas, las toses, ¡cualquier ruido de ella que en su cotidiana existencia de prueba de vida le anclara a lo perdido! Ahora él permanece oscurecido y solo, oyendo su propia voz severa e impoluta, sin interferencias, sin errores, sin amor.

 

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El fuego se descubrió por amor (Bachelard en la hoguera del psicoanálisis)

•enero 11, 2013 • Deja un comentario

 

   “(…) Si una explicación racional y objetiva es verdaderamente poco satisfactoria a la hora de rendir cuenta de algo descubierto por un espíritu primitivo, una explicación psicoanalítica, por aventurada que ella parezca, deberá ser, finalmente, la explicación psicológica verdadera.

   En primer lugar, es preciso reconocer que el frotamiento es una experiencia fuertemente sexualizada. No supone gran esfuerzo convencerse de ello recurriendo a los documentos psicológicos reunidos por el psicoanálisis clásico. En segundo lugar, si se intenta sistematizar las indicaciones de un psicoanálisis especial de las impresiones calorígenas, será fácil convencerse de que el ensayo objetivo de producir fuego mediante el frotamiento es sugerido por experiencias perfectamente íntimas. En todo caso, por este lado es más corto el circuito entre el fenómeno del fuego y su reproducción. El amor es la primera hipótesis científica para la reproducción objetiva del fuego. Prometeo es un amante vigoroso antes que un filósofo inteligente, y la venganza de los dioses es una venganza por celos.

   En el momento en que esta anotación psicoanalítica ha sido formulada, una multitud de leyendas y de costumbres se explican satisfactoriamente; expresiones curiosas, inconscientemente mezcladas con explicaciones racionalizadas, se esclarecen bajo una luz nueva.»

 

   (…)

 

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   «Nuestra tesis parecería menos arriesgada si la gente supiese librarse de un utilitarismo intransigente y cesase de imaginar sin discusión al hombre prehistórico bajo el signo de la desgracia y de la necesidad. Todos los viajeros nos hablan en vano de la despreocupación del primitivo: no dejamos por ello de estremecernos ante la imagen de la vida en la época del hombre de las cavernas. Puede que nuestros antepasados fuesen más afables ante el placer, más conscientes de su felicidad, en la proporción en que eran menos delicados ante el sufrimiento. El cálido bienestar del amor físico ha debido valorizar muchas experiencias primitivas. Para inflamar un palo deslizándolo por una ranura en la madera seca, hace falta tiempo y paciencia. Pero este trabajo debía resultar muy dulce para un ser cuya toda ensoñación era sexual. Es posible que en ese tierno trabajo, el hombre haya aprendido a cantar. En todo caso, es un trabajo evidentemente rítmico, un trabajo que responde al ritmo del trabajador, que le proporciona bellas y múltiples resonancias: el brazo que frota, las maderas que baten, la voz que canta, todo se une en la misma armonía, en la misma dinamogenia ritmada; todo converge en una misma espera, hacia un fin cuyo valor se conoce. Desde que se empieza a frotar se tiene la prueba de un dulce calor objetivo, al mismo tiempo que la cálida impresión de un ejercicio agradable. Los ritmos se sostienen unos a otros. Se inducen mutuamente y se mantienen por autoinducción. Si se aceptasen los principios del Ritmoanálisis de Pinchero dos Santos, que nos aconseja no otorgar la realidad temporal sino a lo que vibra, se comprendería inmediatamente el valor del dinamismo vital, del psiquismo cohesor que interviene en un trabajo de tal modo ritmado. Verdaderamente, el ser entero está en fiesta. Y es en esta fiesta, más que en un sufrimiento, donde el ser primitivo encuentra la conciencia de sí, que es, antes que nada, la confianza de sí.»

 

   (…)

 

Gaston Bachelard (1884-1962)

Gaston Bachelard (1884-1962)

 

   «Si se arrancaran de la obra de Novalis las intuiciones del fuego primitivo, parecería que toda la poesía y todos los sueños se habrían disipado de golpe. El caso de Novalis es tan característico que podría hacérsele tipo de un complejo particular. Poner nombres a las cosas en el campo del psicoanálisis basta frecuentemente para provocar un precipitado: antes del nombre no había más que una solución amorfa y turbia, después del nombre se ven los cristales en el fondo del licor. El complejo de Novalis sintetizaría el impulso hacia el fuego provocado por el frotamiento, la necesidad de un calor compartido. Este impulso reconstruiría, en primitividad exacta, la conquista prehistórica del fuego. El complejo de Novalis se caracteriza por una conciencia del calor íntimo, dominando siempre sobre una ciencia totalmente visual de la luz. Está fundado sobre una satisfacción del sentido térmico y sobre la conciencia profunda de la felicidad calorífica. El calor es un bien, una fusión recíproca. La luz juega y ríe en la superficie de las cosas, pero sólo el calor penetra. En una carta a Schlegel, Novalis escribe: “Veo en mi cuento una antipatía por los juegos de luz y de sombra, y el deseo del Éter claro, cálido y penetrante.”

   Esta necesidad de penetrar, de ir al interior de las cosas, al interior de los seres, es una seducción de la intuición del calor íntimo. Donde el ojo no va, o la mano no entra, el calor se insinúa. Esta comunión con lo interior, esta simpatía térmica, encontrará en Novalis su símbolo en el descenso por el hueco de la montaña, en la gruta y en la mina. Allí el calor se difunde y se iguala, se difumina como el contorno de un sueño. Como lo ha reconocido muy bien Nodier, toda descripción de un descenso a los infiernos tiene la estructura de un sueño. Novalis ha soñado la cálida intimidad terrestre como otros sueñan la fría y espléndida expansión del cielo.»

 

(…)

 

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   «Si el fuego es tan capcioso, tan ambiguo, todo psicoanálisis del conocimiento objetivo debería comenzar por un psicoanálisis de las intuiciones del fuego. No estamos muy lejos de creer que el fuego es precisamente el primer objeto, el primer fenómeno ante el cual el espíritu humano ha reflexionado; entre todos los fenómenos sólo el fuego merece, para el hombre primitivo, el deseo de conocer, porque va acompañado del deseo de amar. Se ha repetido frecuentemente que la conquista del fuego separaba definitivamente al hombre del animal, pero puede que no se haya advertido que el espíritu, en su destino primitivo, con su poesía y su ciencia, se estaba formando en la meditación del fuego. El homo faber es el hombre superficial; su espíritu se fija sobre algunos objetos familiares, sobre algunas formas geométricas groseras. La esfera, para él, no tiene un centro: realiza simplemente el gesto redondeado que solidariza el hueco de las manos. El hombre soñador ante su hogar es, por el contrario, el hombre profundo y dueño de un devenir. O mejor dicho aún: el fuego da al hombre que sueña la lección de una profundidad que tiene un devenir: la llama brota del corazón de las ramas.”

 

De Psicoanálisis del fuego, Gaston Bachelard, Ed. Alianza, 1966

 

 

 

 

La corrupción moral como efecto secundario de los libros

•enero 11, 2013 • 1 comentario

 

    “(…) He amado los libros exageradamente. Hasta podría decir que los he adorado. Más incluso, quizá, de lo debido. Enamorarse de los libros no es malo. Pero hacerlo, y confiar en ellos más que en la gente, eso sí que es negativo. Mi madre ni siquiera acabó la enseñanza primaria. Mi padre apenas llegó a los primeros cursos del instituto. Sin embargo, yo me dediqué a estudiar desde pequeño. Emprendí con dedicación el camino del estudio. Que al final me conduciría aquí donde me encuentro. A la decadencia moral, el escarnio y el deshonor. Finalmente, este camino me ha deshonrado. Me ha envilecido, puedo hasta decir. La mayor parte de la gente (¿qué digo?: todo el mundo) piensa que los libros nos culturizan, nos hacen mejores personas y nos conducen a niveles espirituales y morales superiores (obviaré los posibles beneficios materiales ya que, en cualquier caso, son mínimos). No obstante, en mi caso, las cosas siguieron otros derroteros completamente distintos. Mi relación con los libros, en vez de conducirme por el buen camino, me ha llevado por el malo. Esa manía mía de vivir y pasearme, mañanas, tardes y noches, por las grandes y silenciosas bibliotecas me ha destruido. Esa manía de hojear libros, inocente y desamparado. Hubiese sido mejor, pues, mantenerme alejado de ellos y de las bibliotecas. Hubiese sido mejor haber vivido, desde el principio, rodeado de gente moralmente corrompida, en lugar de hacerlo en la tranquilidad de las salas de lectura. Porque esto es lo que me ha destruido. El silencio de las bibliotecas, los oscuros pasillos, los solitarios sótanos de interminables estanterías y los libros. (…)»

 

De «¡Oh, malvados demonios que, como gusanos, devoráis los libros!», de Yoryis Yatromanolakis, en Diiyímata. Antología del nuevo cuento griego, Ed. Páginas de Espuma, 2004

 

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Tía cosmopolita

•enero 11, 2013 • Deja un comentario
Foto: Beatriz Manchasdetinta

Foto: Beatriz Manchasdetinta

    “(…) Así que el hecho de que una mujer, que me doblaba -y más- la edad, no tuviese en ninguna estima sus atributos era el detalle de imperfección que no sólo me atraía, sino que llegó a hacerme su esclavo hasta la muerte.

   Pero mejor no hablar así, en el aire. Imaginaos una cara como la de Anouk Aimée de joven, pero con cierto aire balcánico. Una piel clara, ojos acuosos y soñadores, y una sonrisa como para perder el aliento. Lo dinamitaba todo a quemarropa. Llevaba unas gafas pasadas de moda y hablaba con contorsiones espasmódicas. Y al despilfarro de su dote física le daba una continuación más cruel en su cuerpo. Fumaba como un preso y bebía como una culebra de agua, abandonaba al desgaste un cuerpo de conmovedora belleza.

   A pesar de todo esto, esta mujer, que lo único que no hacía era apagarse los cigarros en la cara, tenía un gran éxito entre hombres de toda calaña: desde pueblerinos hasta intelectuales, desde los más jovencitos a los más viejos. Y si con los primeros se sentía tan cómoda como aburrida, y a los segundos les hacía la vida imposible, sobre las otras dos categorías solía decir: “Los únicos que tienen derecho a reírse son los niños y los viejos”, algo de lo que se encargaba ella misma, con éxito garantizado.

   Pero para ser sinceros, tía Clara no se limitaba sólo a ese tipo de máximas de vocación filosófica. Describía con todo detalle instantáneas de su vida de continuo apareamiento, con la misma naturalidad que el que pide un vaso de agua.

   Recuerdo que, en las comidas que le preparábamos en casa, cuando por sistema venía sin avisar, a las horas más intempestivas, de sus habituales viajes a Israel, a París o a Nueva York, solían echarnos de la mesa a mi hermana y a mí, nos hacían ir a jugar o nos mandaban a por recados, cuando a nuestra tía más cosmopolita le daba por contar a la audiencia instantáneas amorosas de su apasionante biografía.  (…)”

 

De “Tía Clara, muerta de risa”, de Misel Fais, en Diiyímata. Antología del nuevo cuento griego, Ed. Páginas de Espuma, 2004

 

Tres poemas de lija de Javier Carnicer

•enero 9, 2013 • Deja un comentario

 

 

SALIDA

 

   Contra el drama más largo, la tragedia más breve.

 

   Tomar conciencia de la obra, desobedecer, acabar la función cuanto antes.

 

   Gracias al conocimiento, salir con dignidad del paraíso: una manzana en la boca, una serpiente en el cuello.

 

   La cabeza bien alta, al lado de los pájaros.

 

 

 

 

 

 

POSTURAS

 

   Como en una batalla donde nadie de tu bando queda en pie.

 

   Ni luchar ni entregarse, ni arrastrarse ni huir: hacerse el muerto entre los muertos.

 

   En defensa propia, y al mismo tiempo en beneficio ajeno: generoso con el mundo, generoso contigo: en paz.

 

   También hay otra paz, y es más incómoda: esa mala costumbre de agachar la cabeza ante el verdugo.

 

   La peor postura para el pensamiento.

 

   La postura peor para el corazón.

 

 

 

De Estuche de lijas, Javier Carnicer, Servei de Publicacions UAB, 2008

 

lijas

 

 

Antonio Gamoneda y el sueño de la Nueva Carne

•enero 9, 2013 • Deja un comentario

 

Amo mi cuerpo; sus vértebras hendidas

por aceros vivientes, sus cartílagos

abrasados, mi corazón ligeramente húmedo

y mis cabellos enloquecidos

en tus manos.

                     Amo también

mi sangre atravesada por gemidos.

 

Amo la calcificación y la melancolía

arterial y la pasión del hígado

hirviendo en el pasado y las escamas

de mis párpados fríos.

 

Amo el estambre celular, las heces

blancas al fin, el orificio

de la infelicidad, las médulas

de la tristeza, los anillos

de la vejez y la influencia

de la tiniebla intestinal.

                                      Amo los círculos

grasientos del dolor y las raíces

de los tumores lívidos.

 

Amo este cuerpo viejo y la sustancia

de su miseria clínica.

                                  El olvido

disuelve la materia pensativa

ante los grandes vidrios

de la mentira.

                     Ya

todo está dirimido.

 

No hay causa en mí. En mí no hay

más que cansancio y

un antiguo extravío:

                                 ir

de la inexistencia

a la inexistencia.

                          Es

un sueño.

                Un sueño vacío.

 

Pero sucede.

                     Yo amo

todo cuanto he creído

viviente en mí.

                         Amé las manos

grandes de mi madre y

aquel metal antiguo

de sus ojos y aquel

cansancio lleno de luz

y de frío.

 

                Desprecio

la eternidad.

                      He vivido

y no sé por qué.

                           Ahora

he de amar mi propia muerte

y no sé morir.

 

                        Qué equívoco.

 

 

De Canción errónea, Antonio Gamoneda, Ed. Tusquets, 2012

 

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